Conforme vamos dando los últimos retoques a la logística de lo que será Supercoach Academy el siguiente año, he estado reflexionando mucho acerca de lo que hace a un gran coach. ¿Cuál es la diferencia que realmente hace la diferencia entre agradar y servir — entre ser de ayuda y ser realmente transformador?
Si no estás en el mundo del coaching, esto te puede parecer irrelevante o potencialmente interesante, pero si eres un emprendedor, un atleta, o un artista tratado de superarte, un líder tratando de mejorar su equipo, o simplemente un ser humano tratando de sacarle más jugo a su vida, estas distinciones son absolutamente críticas.
¿Cómo nos conectamos con nuestro verdadero potencial en productividad, creatividad e innovación? ¿Cómo transformamos nuestra relación con el miedo para que ni nos detenga ni no catapulte an direcciones que nuestros corazones realmente no quieren ir? ¿Cómo le hacemos para surfear las olas de fracaso y de éxito que inevitablemente encontraremos en nuestras vidas y para, en palabras de Rudyard Kipling, “tratar a ambos impostores exactamente igual”?
En los 26 años que llevo trabajando en este campo, he tenido la oportunidad de recibir coaching y mentoría de personas a las que considero verdaderos genios en su profesión. He pagado cientos de miles de dólares por ese privilegio, pero el trabajar con los mejores ha impactado mi vida en formas que ninguna cantidad de dinero podría realmente pagar. También he sido el coach y el mentor de una nueva generación de coaches — algunos de sus nombres son conocidos en el mundo del coaching, otros están impactando al mundo de manera silenciosa, pasando de cliente a cliente y de compañía a compañía gracias a recomendaciones personales.
Esto es lo que he visto hasta ahora…
Las dos cosas que los grandes coaches que he conocido y con los que he trabado tienen en común es un amor incondicional por la gente con la que trabajan, y un disposición a ser una fuerza de disrupción en sus vidas.
1. ¿Qué tiene que ver el amor con el éxito?
He sido amado, atendido y cuidado a lo largo de mi vida. Mi padres nunca me hicieron dudar de su amor por mí; mis amigos fueron incondicionales en sus amistades; mis maestros jamás flaquearon en su apoyo mientras yo pasaba por la peor de mis crisis mentales en la universidad. Una enfermera cuyo nombre nunca supe me abrazó y me meció durante las 24 horas de una crisis de llanto, hasta que recuperé mi fuerza y mi bienestar; cuando mi padre murió, un ángel que trabajaba para una aerolínea cuyo nombre quisiera recordar se las arregló para llevarme de Londres a Boston sin tener un solo centavo en la bolsa o una sola neurona funcional.
Sin embargo, no fue sino hasta que trabajé con un hombre llamado Bill Cumming que se me ocurrió que yo podía merecer todo ese amor. Durante ocho meses, Bill me repitió que me amaba. Sabía que no se refería a un amor romántico, pero al principio pensaba que era una estrategia; y eventualmente lo adjudiqué al hecho de que era encantadoramente excéntrico. Mi certeza de que yo no valía nada, sin importar lo que dijera la gente, chocaba cada semana con su certeza de que mi valor en el mundo ya estaba dado, sin importar lo que hiciera.
Todavía recuerdo cuando un día, después de nuestra enésima discusión acerca de por qué yo nunca llegaría a nada, colgué el teléfono y de repente se me ocurrió que a lo mejor él estaba en lo correcto y yo estaba equivocado. Esa fue la primera vez que pude sentirme amado por alguien que no fuera mi esposa o mis mascotas, y me cambió la vida. Empecé a “asumir” mi poder creador de una nueva manera y dejé de reprimirme al compartir lo mejor que podía ofrecerle a los demás. Mi carrera empezó a despegar, y me impresionaron las cosas aparentemente milagrosas que empezaron a ocurrir en mi vida.
El amor se convirtió en el corazón de mi trabajo, llegando a niveles casi vergonzosos, pues pensaba que la magia estaba en decir las palabras “Te amo”. (Uno de mis primeros aprendices, Ali Campbell, justo antes de regresar a su casa en Glasgow después de una de nuestras sesiones, me preguntó con toda seriedad si era común que los coaches transformacionales fuesen golpeados por sus clientes al inicio de su trabajo juntos).
Eventualmente, caí en cuenta de que la magia no tenía nada que ver con el lenguaje y sí con un sentimiento genuino, con la amabilidad y el respeto entre el coach y su cliente. Después de trabajar con Steve Chandler, que sospecho estaría mortificado de ser incluido en esta letanía si yo implicara que en algún momento me dijo que me amaba, trabajé con su coach, Steve Hardison, que cobraba lo que a mi en aquél momento me parecía la disparatada suma de 150,000 dólares al año.
A pesar de que las sesiones con Hardison me eran increíblemente incomodas (hablaré más sobre eso en un momento), a los cinco minutos caí en cuenta de que él hubiera estado dispuesto a que le dispararan por mí. Y si bien puede que yo no sea la mejor compañía para pasar tiempo en la madriguera de un zorro —siento que mis argumentos para explicar por qué "hace perfecto sentido que esas personas nos disparen dado que su pensamiento en el momento les parece real" serían un tanto exasperantes en ese contexto en particular — sé que la razón por la que a mis clientes les importa tanto lo que sé es porque en ningún momento se cuestionan cuánto me importa.
2. Molestando al oso
Hay un chiste que lleva algunos años circulando por ahí acerca de un intercambio via radiofónica entre un barco americano y una tripulación canadiense:
Americanos: Por favor, cambie su curso 15 grados al norte para evitar una colisión.
Canadienses: Recomendamos que USTED cambie su curso 15 grados al sur para evitar una colisión.
Americanos: Les habla el capitán de un barco de la marina estadounidense. Repito, desvíen SU curso.
Canadienses: Negativo. Repito, cambie SU curso.
Americanos: Les habla el capitán del portaaviones USS Lincoln, el segundo barco más grande de la flota atlántica de los Estados Unidos. Nos acompañan tres destructores, tres cruceros y varias naves de apoyo. Exijo que USTED cambie su curso 15 grados al norte, o tomaremos medidas para asegurar la integridad de este navío.
Canadienses: Esto es un faro. Su decisión.
De acuerdo con Wikipedia, la “Disrupción Creativa” (Creative Disruption en inglés) es un término utilizado para describir el valor de “instituir un reto (disrupción) dentro de una empresa para romper con viejos hábitos corporativos; dicha disrupción la introduce la institución misma (o su administración) y requiere que la empresa se adapte y mejore su modelo de negocios para poder triunfar… La Disrupción Creativa ayuda a la empresa a adquirir una ventaja competitiva al buscar puntos de inflexión para la mejora antes de que sus competidores repliquen o mejoren su modelo de negocios.”
Cuando los individuos o los equipos se atoran en su forma de pensar habitual, con frecuencia se terminan pareciendo al capitán del barco, argumentando ciegamente a favor de sus propias limitaciones inconscientes y tratando de ganarlos por la fuerza bruta y el fanfarroneo. Esto deja poco espacio en sus vidas para la revelación o la innovación, pues toda su energía se malgasta alimentando las defensas de su certeza contra los retos reales e imaginarios que enfrenta.
Como coach, parte de mi trabajo es hacerlos caer en cuenta de la naturaleza ilusoria de los problemas que me han contratado para ayudar a resolver y de los increíbles recursos creativos y de poder que tienen en su interior.
A esto lo llamo “molestar al oso” porque, cuando el ego de alguien se ve retado, suele gruñir, igual que lo haría un animal al que estás forzando a salir prematuramente de una hibernación. Todos los grandes coaches están dispuestos a molestar al oso — a retar las ilusiones más queridas de sus clientes acerca de cómo funciona la vida y lo que pueden o no hacer al respecto. Hacen esto sabiendo que cuando la bestia del ego despierte a su propia naturaleza, se transformará en la bella del alma despierta.
Por supuesto, sin la presencia del amor, la amabilidad y una buena relación, que alguien se meta con tu ego es simplemente molesto y, si lo hace con cualquier asomo de juicio o desdén, las cosas pueden ponerse hostiles. Por eso muchos coaches no se atreven a retar los malentendidos de sus clientes respecto al origen de los sentimientos o a hablar de la verdad espiritual más allá de nuestras creencias personales.
En mi experiencia, hay grandes mentores y coaches que mitigan su disrupción creativa con humor. Otros la mitigan con una absoluta falta de tacto — una ausencia total de interés personal más allá del bienestar del cliente. (Como un cliente corporativo dijo una vez refiriéndose a mi amiga Cathy Casey, “al principio realmente queríamos destruirla por lo que nos había dicho, pero después de un rato nos dimos cuenta de que eso sería como patear a un cachorro”) Otros coaches incluso no se molestan en mitigarlo en lo absoluto — simplemente han encontrado la manera de decir lo que dicen sin tomarse las reacciones de sus clientes personalmente.
Para la mayoría de nosotros, es una paradoja extraña. Por un lado, realmente queremos que nuestras vidas/trabajos/relaciones se transformen; pero por otro no queremos tener que cambiar nada de lo que pensamos, decimos o hacemos para poder experimentar esa transformación.
Como coaches transformacionales, nos toca crear una relación suficientemente buena con nuestros clientes como para que estén dispuestos a experimentar una disrupción y descubran los beneficios de liberar su poder interior. La conexión, en este sentido, no es un truco de lenguaje corporal — es un saber que alguien está viendo por tus mejores intereses, que tiene la capacidad de guiar tu trabajo en las partes difíciles del camino y el deseo de continuar el proceso hasta su inevitable final feliz.
Con todo mi amor,
Para acceder al texto original: https://www.michaelneill.org/cfts1056/
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