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El colibrí




Escuché a Aaron Turner en una conferencia decir que “los resultados no son producto del esfuerzo, sino de la claridad”. En ese momento no me quedó del todo claro lo que decía — menos todavía considerando que crecí en un ambiente en el que el esfuerzo fue siempre profundamente valorado— pero algo en sus palabras me sonó cierto, y decidí estar atenta a ver si algo veía que me ayudara a entenderlo. Esta semana tuve una experiencia que ilustró con increíble precisión sus palabras.


En mi casa hay un ventanal que da al jardín. Este ventanal está dividido horizontalmente por una trabe de acero, y sólo las ventanas que quedan por debajo de esa trabe se pueden abrir.


Pues bien, me encontraba trabajando cuando empecé a escuchar un sonido extraño que se presentaba de manera intermitente. Después de escucharlo un par de veces, me aventuré a explorar qué sucedía y descubrí que se había metido un pequeño colibrí a la casa. El pobre estaba asustado y desesperado por salir, pero estaba intentando hacerlo por la parte de arriba del ventanal, y se daba una y otra vez contra el vidrio. Peleaba con una fuerza y un esmero notables: batía sus alas, empujaba con el pico hasta que su cabecita quedaba retorcida, pero no se rendía, seguía luchando hasta que, agotado, resbalaba por el cristal y quedaba tendido sobre la trabe de acero, inmóvil, recuperando su energía. Después de descansar un rato, volvía a intentarlo. Y volvía a fracasar.

Mientras lo observaba, imaginé el diálogo interno que podría estar teniendo: “¡Venga! ¡Tengo que lograrlo! Nada más tengo que esforzarme más y volverlo a intentar, y volverlo a intentar, y volverlo a intentar. No importa cuántas veces fracase, si lo sigo intentando, yo sé que lo lograré. Nada es imposible.”


Me lo imaginé recriminándose a si mismo: “Papá tenía razón: si tan sólo me hubiera alimentado de las flores sanas en vez de la porquería de nectar del bebedero, tendría más energía. Si me hubiera levantado todas las mañanas a hacer prácticas de vuelo en vez de desvelarme con mis amigos, estaría en mejor forma…”


Imaginé también un colibrí empoderado, uno que hubiera leído muchos libros de autoayuda, que asistiera a a pláticas motivacionales, que recitara mantras en sus momentos de desesperación, que estuviera convencido de la validez de la ley de la atracción y decretara.


Me di cuenta de que nada de eso le hubiera servido de nada mientras no tuviera la claridad necesaria para ver dónde estaba la salida. Y que en el momento que la tuviera, no importaría cuánto hubiera entrenado, ni cuántos decretos hubiera emitido, el camino a seguir sería evidente por sí mismo.


Con esto no quiero decir que no es necesario esforzarse en la vida para lograr nuestros sueños: me queda claro que la solución para el colibrí tampoco podía ser aceptar esta nueva circunstancia en su vida y quedarse a vivir dentro de mi casa (aunque tengo que confesar que yo hubiera estado encantada con su presencia), ni rendirse y dejarse morir sobre la trabe de acero. Pero sí me fue evidente la importancia de que nuestros esfuerzos se originen en una claridad de lo que se necesita hacer para alcanzarlos, y de no ir por la vida dando golpes a ciegas.


Finalmente, fui a buscar una escalera, y con mucho cuidado tomé al aterrorizado colibrí en mi mano. Sentía su pequeñísimo corazón batiendo con fuerza, veía el miedo en sus ojos y vi que para él esta era una experiencia brutal, que fácilmente hubiera podido interpretar como una tragedia, el terrible desenlace de su aventura, lo peor que le podía pasar, la negativa del universo a todos sus esfuerzos. Me acordé de mi y de cómo me he sentido exactamente así millones de veces, al terminar una relación, al perder un empleo, al no quedar seleccionada en algún proceso… Sentí muchísima compasión. Me hizo sentido aquello de que a veces, cuando el universo nos dice que no, no implica una negativa en sí, bien nos puede estar redireccionando. Porque puede haber una mejor manera de alcanzarlo, porque puede que haya una mejor posibilidad de destino, porque ese no es nuestro camino.


El sistema es bondadoso por sí mismo, y en la medida en la que confíe en él, la paz que experimente me traerá claridad y guía.


Le agradecí al colibrí tanta sabiduría, y abrí la mano para verlo volar. Y al reflexionar al respecto vi también que, por más esfuerzo que hubiera puesto en entender lo que Aaron decía, en realidad lo único que necesitaba era claridad al respecto, y un poco de confianza en que mi lección llegaría, en el momento justo y hecha a la medida.

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